Casi mil
años antes, Salomón, rey de Israel, escribió en su libro de Proverbios: Como él
piensa dentro de sí, así es él". (Proverbios 23:7)
En el
libro del profeta Habacuc, escrito cerca del año 612 a.C., donde él expone el
drama de los poderes humanos se puede leer: "Y el Señor me respondió:
Escribe la visión, y declárala en tablillas, para que pueda leerse de corrido.
Pues la visión se realizará en el tiempo señalado; marcha hacia su cumplimiento,
y no dejará de cumplirse. Aunque parezca tardar, espérala; porque sin falta
vendrá---. (Habacuc 2: 2,3)
Para los
filósofos griegos de la antigüedad, la naturaleza del ser humano, el universo
que lo rodeaba, y la búsqueda y significado de la felicidad fueron el tema
central del gran volumen de conocimiento generado durante varios siglos.
Sócrates
propuso que el ser humano alcanzará la verdad mediante el autoconocimiento
-conócete a ti mismo-, y el desarrollo continuo de su intelecto -sólo sé que
nada sé-. La ignorancia nos llevará al fracaso, por lo que a través del
conocimiento y la inteligencia alcanzaremos la virtud.
Pero esa
inteligencia hay que desarrollarla, estimulando nuestro deseo por aprender de
todas nuestras experiencias. Sólo asÍ lograremos programar nuestra mente con el
conocimiento y la razón que nos permita ser cada vez mejores seres humanos. Esa
voz interior constituirá la única guía moral del individuo.
Sócrates
no considera que la persona deba recibir un premio especial por llevar una vida
virtuosa, ya que las consecuencias de esa vida son su mejor recompensa. Siglos
antes, Salomón ya había enunciado este mismo concepto al escribir: Instruye al
sabio, y se hará más sabio; enseña al justo, y aumentará su saber. Si eres
sabio, tu premio será tu sabiduría; si eres insolente, sólo tú lo
sufrirás". (Proverbios 9:9,12)
Éste es
-en esencia- el resultado final de la ley de la atracción: la felicidad que
experimentamos al llevar una vida virtuosa es el mejor premio a nuestra
decisión.
Si el fin
del ser humano es la felicidad, como lo asevera Platón -alumno de Sócrates- y
ésta sólo puede ser lograda mediante la virtud, aquel que sabotea su propio
éxito y malogra su propia felicidad no lo hace a propósito, sino por
ignorancia.
Él basa
esta conclusión en la certidumbre de que sólo la persona virtuosa es realmente
feliz, y puesto que el individuo siempre desea su propia felicidad, nunca
pensaría en hacer algo a propósito que la saboteara. Sin embargo, la ley de la
atracción es muy clara en precisar que el ser humano atrae hacia sí mismo lo
que forma parte de su existencia y lo hace continuamente, no importa si es el
resultado de un esfuerzo consciente o no.
Aristóteles
también afirmó que el fin último de la vida humana es la felicidad. Cuando miraba
a su alrededor, veía que los seres humanos persiguen cosas distintas. Algunos
anhelan la riqueza, otros sueñan con el poder y la fama, y otros más buscan el
amor y la aceptación. En ocasiones parecemos perseguir cosas totalmente
opuestas. Mientras que la persona cauta busca la seguridad, la temeraria
persigue la aventura y hasta el peligro. No obstante, detrás de todas las
diferencias superficiales, todos buscamos lo mismo: La felicidad.
En las Sagradas
Escrituras, cabe mencionar que en el nuevo testamento, se encuentran numerosas
referencias que dejan de manifiesto que la ley de la atracción, lejos de ser un
planteamiento esotérico en su esencia, encierra muchos de aquellos principios
que Jesús compartiera con sus discípulos.
Para
quienes encuentran difícil creer que todo lo que necesitamos hacer para atraer
algo hacia nuestra vida es pedir, la Biblia nos dice: Pidan y se les dará;
busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide,
recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre". (Mateo
7:7-8). No obstante, más adelante, el mismo evangelista nos recuerda que el
poder de nuestros pensamientos y nuestras palabras pueden ser la causa de
nuestros éxitos o nuestros fracasos: Porque por sus palabras serán
justificados, y por sus palabras serán condenados". (Mateo 12:37)
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