Se necesita presencia para tomar conciencia de la
belleza, de la majestad, de la sacralidad de la naturaleza. ¿Has mirado alguna
vez la infinitud del espacio en una noche clara, quedándote anonadado ante su
absoluta quietud e inconcebible enormidad? ¿Has escuchado, realmente escuchado,
el rumor de un arroyo de montaña en el bosque? ¿Y el sonido de un mirlo
al atardecer un tranquilo día de verano?
Para tomar conciencia de este tipo de estímulos la
mente tiene que estar serena. Tienes que abandonar momentáneamente tu equipaje
personal de problemas, de pasado y de futuro, y todo tu conocimiento, porque,
de no hacerlo, verás pero no verás y oirás pero no oirás. Tienes que estar
totalmente presente.
MÁS ALLÁ DE LA BELLEZA DE LAS
FORMAS EXTERNAS, hay otra cosa: algo innombrable,
inefable, algo profundo, interno, la esencia sagrada. Donde y cuando quiera que
encontramos algo bello, percibimos el brillo de esta esencia interna, que sólo
se nos revela cuando estamos presentes.
¿Podría ocurrir que esta esencia innombrable y tu
presencia fueran una única y misma cosa?
¿Estaría ahí si tú no estuvieras presente?
Profundiza en ello. Descúbrelo por ti mismo.
LA REALIZACIÓN DE LA CONCIENCIA PURA
Cuando observas la mente, retiras conciencia de las
formas mentales, y esa conciencia se convierte en el observador o testigo. En
consecuencia, el observador —conciencia pura más allá de la forma — se fortalece y las formaciones mentales se
debilitan.
Cuando hablamos de observar la mente estamos
llevando a la esfera personal un evento de significa- do cósmico: a través de
ti, la conciencia está despertando de su sueño de identificación con la forma y
se está retirando de la forma. Esto presagia un suceso —y a la vez forma parte
de él— que probablemente aún queda en un futuro lejano. Ese suceso es el fin
del mundo.
PARA MANTENERSE PRESENTE EN
LA VIDA COTIDIANA resulta útil
estar profundamente arraigado en uno mismo porque, de lo contrario, la mente,
que tiene una enorme inercia, te arrastra como la crecida de un río.
Mantenerte
presente significa habitar tu cuerpo plenamente. Tener siempre parte de tu
atención en el campo energético interno de tu cuerpo. Sentir el cuerpo por
dentro, por así decirlo. La conciencia corporal te mantiene presente. Te ancla
en el ahora.
El cuerpo que puedes ver y tocar no puede llevarte
al Ser. Pero este cuerpo visible y tangible sólo es un caparazón externo o, más
bien, una percepción limitada y distorsionada de una realidad más profunda. En
tu estado natural de conexión con el Ser, esa realidad más profunda puede
sentirse a cada momento como el cuerpo interno invisible, la presencia interna
que te anima. Por tanto, «habitar el cuerpo» es sentirlo desde dentro, sentir
la vida dentro del cuerpo y así llegar a saber que eres más allá de la forma
externa.
Estarás desvinculado del Ser mientras tu mente
consuma toda tu atención. Si te ocurre esto —y a la mayoría de la gente le
sucede continuamente—, significa que no estás en tu cuerpo. La mente absorbe
toda tu conciencia y la transforma en materia mental. No puedes dejar de
pensar.
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