lunes, 11 de febrero de 2013

La ley de atraccion segun la biblia


Casi mil años antes, Salomón, rey de Israel, escribió en su libro de Proverbios: Como él piensa dentro de sí, así es él". (Proverbios 23:7)

En el libro del profeta Habacuc, escrito cerca del año 612 a.C., donde él expone el drama de los poderes humanos se puede leer: "Y el Señor me respondió: Escribe la visión, y declárala en tablillas, para que pueda leerse de corrido. Pues la visión se realizará en el tiempo señalado; marcha hacia su cumplimiento, y no dejará de cumplirse. Aunque parezca tardar, espérala; porque sin falta vendrá---. (Habacuc 2: 2,3)

Para los filósofos griegos de la antigüedad, la naturaleza del ser humano, el universo que lo rodeaba, y la búsqueda y significado de la felicidad fueron el tema central del gran volumen de conocimiento generado durante varios siglos.

Sócrates propuso que el ser humano alcanzará la verdad mediante el autoconocimiento -conócete a ti mismo-, y el desarrollo continuo de su intelecto -sólo sé que nada sé-. La ignorancia nos llevará al fracaso, por lo que a través del conocimiento y la inteligencia alcanzaremos la virtud.

Pero esa inteligencia hay que desarrollarla, estimulando nuestro deseo por aprender de todas nuestras experiencias. Sólo asÍ lograremos programar nuestra mente con el conocimiento y la razón que nos permita ser cada vez mejores seres humanos. Esa voz interior constituirá la única guía moral del individuo.

Sócrates no considera que la persona deba recibir un premio especial por llevar una vida virtuosa, ya que las consecuencias de esa vida son su mejor recompensa. Siglos antes, Salomón ya había enunciado este mismo concepto al escribir: Instruye al sabio, y se hará más sabio; enseña al justo, y aumentará su saber. Si eres sabio, tu premio será tu sabiduría; si eres insolente, sólo tú lo sufrirás". (Proverbios 9:9,12)

Éste es -en esencia- el resultado final de la ley de la atracción: la felicidad que experimentamos al llevar una vida virtuosa es el mejor premio a nuestra decisión.

Si el fin del ser humano es la felicidad, como lo asevera Platón -alumno de Sócrates- y ésta sólo puede ser lograda mediante la virtud, aquel que sabotea su propio éxito y malogra su propia felicidad no lo hace a propósito, sino por ignorancia.

Él basa esta conclusión en la certidumbre de que sólo la persona virtuosa es realmente feliz, y puesto que el individuo siempre desea su propia felicidad, nunca pensaría en hacer algo a propósito que la saboteara. Sin embargo, la ley de la atracción es muy clara en precisar que el ser humano atrae hacia sí mismo lo que forma parte de su existencia y lo hace continuamente, no importa si es el resultado de un esfuerzo consciente o no.

Aristóteles también afirmó que el fin último de la vida humana es la felicidad. Cuando miraba a su alrededor, veía que los seres humanos persiguen cosas distintas. Algunos anhelan la riqueza, otros sueñan con el poder y la fama, y otros más buscan el amor y la aceptación. En ocasiones parecemos perseguir cosas totalmente opuestas. Mientras que la persona cauta busca la seguridad, la temeraria persigue la aventura y hasta el peligro. No obstante, detrás de todas las diferencias superficiales, todos buscamos lo mismo: La felicidad.
 
En las Sagradas Escrituras, cabe mencionar que en el nuevo testamento, se encuentran numerosas referencias que dejan de manifiesto que la ley de la atracción, lejos de ser un planteamiento esotérico en su esencia, encierra muchos de aquellos principios que Jesús compartiera con sus discípulos.
Para quienes encuentran difícil creer que todo lo que necesitamos hacer para atraer algo hacia nuestra vida es pedir, la Biblia nos dice: Pidan y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre". (Mateo 7:7-8). No obstante, más adelante, el mismo evangelista nos recuerda que el poder de nuestros pensamientos y nuestras palabras pueden ser la causa de nuestros éxitos o nuestros fracasos: Porque por sus palabras serán justificados, y por sus palabras serán condenados". (Mateo 12:37)

No hay comentarios:

Publicar un comentario